domingo, 14 de febrero de 2010

Y recuperé mis raíces


Y recuperé mis raíces, le dije a mi abuelita, que hoy en la mañana la nombré en mis pensamientos como mapuche occidental. Tuvieron que pasar años después de años de recuperación de mis raíces, para darme cuenta que las había recuperado. Y que quizás nunca las había perdido.


Fue una recuperación que consistió en apoderarme de una identidad que era mía y que la negación de ella –que partió en alguna parte de mi genealogía- la había subsumido en un silencio familiar que ya no me molesta tanto, porque además entiendo que es parte de la transformación sociocultural y corporal en la que estamos todos y todas insertos.


Muy lentamente, en el proceso que me llevó a apropiarme de la pertenencia mapuche que me heredaron, quizás sin proponérselo mis bisabuelos y abuela materna, fui entendiendo, muchos de los efectos que la discriminación había provocado en mi familia casi secretamente, o en términos antropológicos “a nivel inconsciente” y sólo perceptible por una emoción interna inclasificable, que duele, molesta y provoca el estar afuera de aquello que es lo nuclear arrancándosenos de nuestras manos.


No reconocerse como mapuche fue parte del proceso de negación que, voluntaria o involuntariamente, empezó a alejar a mi familia de su identidad étnica, para llegar a convertirse en “winkas” que miraban con distancia y, porque no decirlo, con cierto desprecio, un origen que no estaba correspondiendo a sus anhelos de ser personas aceptables, educadas y con cierto estatus dentro de la chilenidad criolla y de clase media que progresaba en la modernidad.


Pero a pesar de esta negación, que también la entiendo como una forma de protección ante un mundo que desvaloriza, ridiculiza y menosprecia lo indígena y lo rural; el amor y el vínculo con los antepasados(as), personas que fueron reales –de carne y hueso- se refuerza, renueva y recrea, constantemente en nuestras conversaciones, en nuestros sueños nocturnos, en los viajes de mi abuela y en la memoria que reciclamos en nuestra vida presente.


La Maso Quilaleo Mulato y el Antonio Igaiman Marileo, fueron mis bisabuelos. La Maso murió tres días antes de que yo naciera y, el Antonio murió cuando mi mamá era chica. Ellos dos muy presentes en algunos de mis tíos y tías que los conocieron, también están presentes en mi vida como aquellos(as) que me precedieron y, que no alcancé a conocer. Pero que sin embargo, representan para mí un eslabón entre el pasado y el presente de un ethos que creo pervive en sus descendientes.


De cualquier modo, la recuperación de mis raíces me llevó a aprendizajes jamás sospechados, a reconocer fuerzas que habitan en mí, a no temerles, a disfrutarlas, a compartirlas y a comprender que las búsquedas tienen sentido cuando nos llevan a intervenir la realidad desde nuestros anhelos de construir un mundo mejor