El calor seco de Santiago evaporó la humedad acumulada en el fondo de los cajones de mi alma. Ahora ya puedo llenarlos con cosas nuevas, la madera se ha deshinchado y los cajones vuelven a abrir y cerrar en este clima espectacular.
La nieve de la cordillera ya se fue.
Sol, sol y sol; el dios sol de mi niñez, que se esconde detrás del Cerro Chena, entra por mis pupilas y viaja por mis células irradiando su luz inspiradora.
Antupillan, el pillan del sol regresa a despertarme y acompañarme en las mañanas a tomar desayuno. Ayer lo hizo con los jóvenes adultos de mi genealogía que hoy evidencian las marcas del tiempo en sus rostros y en sus pelos blancos que resisten a la tintura.
Calor, ah, qué rico es el calor. Tanto tiempo pasé bajo la lluvia, que casi me inundo.
Azul Igaiman Quilaleo