17
de noviembre de 2013
Volví a morir; y a nacer en un
mundo nuevo. Desperté en la casa de mi
mamá que también es la mía por derecho propio y ancestral. Volví a la vida en el tiempo en que volvieron
los grillos y si es que estaban antes de escucharlos permanecían en silencio;
llegaron cantando alto.
En este despertar como en otros
anteriores en que regresé después de los golpes del saber anestesiante de sus
miedos por el hecho de ser una mujer, o, una parte al menos de ella, aspirante
a invunche, o parecerse mucho a uno des estos muñequitos, personajes
mitológicos cosidos en su boca y todos sus orificios, como se supone que
tenemos que ser las mujeres, al menos parecerlo ante el resto, el afuera que
juzga y mira nuestras vidas, prácticas y consciencia;
Desperté igual, a pesar de su
omniprescencia que más veo, y sí, intuyo que es una omnipresencia para salvarse
ella que a mí. Porque así es el
Patriarcado, le cose los orificios a las mujeres y madres: les entrega los
hilos y agujas para que ellas mismas zurzan
eternamente de generación en generación nuestros orificios de mujeres.
Lo hicieron con mi bisabuela Rosa
Maso, con mi abuela Amelia y mi mamá y
sus hermanas mayores. Este fue el
Patriarcado cristiano que se instaló en un territorio antes de que mi existencia viniera a este mundo
Sensible: llevo 39 años descosiendo estos hilos que con fuerza; y a veces
débiles me han mantenido en una oscuridad no elegida.
Son hilos que recientemente los he detectado y visto con
una claridad descarnada, pero ya sin tanto juicio contra mi madre. Porque estoy asumiendo que las madres también
se enferman y contagian con la perversión del Patriarcado que esconde su sexo
retorcido en lo privado, y se muestra asexuado a la luz del día. El viejo Patriarcado que todavía no muere,
que cada tanto se apodera de los cuerpos adiestrados para su propia expresión
en el presente. Yo creo que es el miedo ancestral de mi madre, negado, quizás
conscientemente para salvar su propia vida en el mundo “moderno” o en “la
modernidad” que ella tanto legítima. Y
que pienso que le enseñaron que eso era
lo que tenía que gustarle, ser querida porque cooperando con otros, ella recibe
el reconocimiento y afecto que corresponde al de un líder representativo, de
una líder que habla por los demás, que aprendió a ventríloquear como una
estrategia de sobrevivencia, en un ambiente en que la construcción de la
identidad mapuche de mujer estaba y está absolutamente negada.