lunes, 18 de noviembre de 2013

Rispiridona: una muerte involuntaria

                                                                                                                    17 de noviembre de 2013

Volví a morir; y a nacer en un mundo nuevo.  Desperté en la casa de mi mamá que también es la mía por derecho propio y ancestral.  Volví a la vida en el tiempo en que volvieron los grillos y si es que estaban antes de escucharlos permanecían en silencio; llegaron cantando alto.

En este despertar como en otros anteriores en que regresé después de los golpes del saber anestesiante de sus miedos por el hecho de ser una mujer, o, una parte al menos de ella, aspirante a invunche, o parecerse mucho a uno des estos muñequitos, personajes mitológicos cosidos en su boca y todos sus orificios, como se supone que tenemos que ser las mujeres, al menos parecerlo ante el resto, el afuera que juzga y mira nuestras vidas, prácticas y consciencia;

Desperté igual, a pesar de su omniprescencia que más veo, y sí, intuyo que es una omnipresencia para salvarse ella que a mí.  Porque así es el Patriarcado, le cose los orificios a las mujeres y madres: les entrega los hilos y agujas para que ellas mismas  zurzan eternamente de generación en generación nuestros orificios de mujeres.

Lo hicieron con mi bisabuela Rosa Maso, con mi abuela Amelia y mi mamá  y sus hermanas mayores.  Este fue el Patriarcado cristiano que se instaló en un territorio antes  de que mi existencia viniera a este mundo Sensible: llevo 39 años descosiendo estos hilos que con fuerza; y a veces débiles me han mantenido en una oscuridad no elegida. 

Son hilos  que recientemente los he detectado y visto con una claridad descarnada, pero ya sin tanto juicio contra mi madre.  Porque estoy asumiendo que las madres también se enferman y contagian con la perversión del Patriarcado que esconde su sexo retorcido en lo privado, y se muestra asexuado a la luz del día.  El viejo Patriarcado que todavía no muere, que cada tanto se apodera de los cuerpos adiestrados para su propia expresión en el presente. Yo creo que es el miedo ancestral de mi madre, negado, quizás conscientemente para salvar su propia vida en el mundo “moderno” o en “la modernidad” que ella tanto legítima.  Y que pienso que le enseñaron  que eso era lo que tenía que gustarle, ser querida porque cooperando con otros, ella recibe el reconocimiento y afecto que corresponde al de un líder representativo, de una líder que habla por los demás, que aprendió a ventríloquear como una estrategia de sobrevivencia, en un ambiente en que la construcción de la identidad mapuche de mujer estaba y está absolutamente negada.