lunes, 15 de julio de 2013

La muerte de cada día


Cada día como hoy, o mejor, cada día como hoy de antes, vuelvo a despertar en la maravillosa luz que me inunda del exterior de mi casa, y frente al verde claro del árbol que tapa toda la ventana de mi dulce y blando nuevo hogar de siempre.  Son rayos de sol que sostienen mi mañana y me mecen entre todos sus coloides antes de impulsarme hacia la alegre  y ruidosa vida cotidiana de este domingo en este pueblo nuevo que ya no lo es tanto para mí.  Poco a poco estoy sintiéndome menos ajena fuera de mi casa, y dentro, sólo en ocasiones me siento expulsada por el vacío de la presencia que no está. 

Claros y oscuros, el oscuro más oscuro y frío es el que viene de mi otro yo, el otro que no soy yo, que no sé si elegí, no lo tengo claro, quizás de ahí venga la claridad del día que me sostiene, en respuesta a una oscuridad extraña, no elegida, al menos conscientemente.  ¿Cómo cortar por lo sano? ¿o arrancar de raíz los clavos antes que se oxiden? Cada vez tengo la impresión de acercarme más a un estado de resolución  o al estado de plenitud y paz, en que todo está bien porque los traumas se fueron para no volver.  Cada vez más tengo la sensación e intuición de que tengo mi vida en mis manos, y sólo yo la tengo; y que fluiré en amor, y que hasta podré tener la oportunidad de amar y ser  amada en igualdad.  Y que ya los resabios de vidas pasadas se están extinguiendo, como exigimos que se erradique la violencia contra las mujeres.


Así como te saludé invierno, también me despido para darte una nueva bienvenida y despedirte satisfecha por mi labor realizada.  


                                                                                                                                   14 de julio de 2013