miércoles, 21 de agosto de 2013

Por el derecho a mi felicidad y mi placer


Hoy pensé escribirte una carta para hablarte con todo el poder de mi vida hecha a tientas de mis convicciones, claro está después cuando estés bien lejos de mí, pero yo muy cerca de ti, porque nadie más que yo sabe lo que pasó entre los dos, y lo canalla que fuiste.  En esta etapa en que empezó aparecer el malestar de la herida, y en que me afirmo, y me desafirmo también aunque sea por segundos, te llamé para decirte, que tú fuiste mi única familia en Santa Cruz cuando llegué aquí: Maricón, Cobarde y Alcahuete, por decirte palabras suaves.  Claro está que la carta que te escribí hoy en el espacio de mi cuerpo-yo, no es grosera, contiene la claridad de mis pensamientos punto por punto del sueño maravilloso que se convirtió en una angustiante pesadilla, de la cual puede despertar y buscar el equilibrio; y claro está también que la carta dependerá de las resoluciones de tribunales.  Por ahora, solo este paréntesis en medio de ojalá una historia bonita de un nuevo amor.

Un amor de esos de fantasías, platónicos como los tuve por montón en estos hermosos años de renacimiento interior, de esos amores que me elevan el espíritu y que acontecen en mi imaginario, y que por supuesto, tienen una repercusión en lo real de mis circunstancias…  (se fue mi chaqueta de cuero, la acabo de vender; bien que se vaya mi pasado reciente, ya es parte de las historias que se disolverán en el tiempo infinito de no sé qué…).


Un real en forma de semilla, que anoche tomó un poco de agua, y se hinchó en un sueño  renovador de un beso que espera ser respondido, ojalá prontamente en otros brazos.