Hoy pensé escribirte una carta
para hablarte con todo el poder de mi vida hecha a tientas de mis convicciones,
claro está después cuando estés bien lejos de mí, pero yo muy cerca de ti,
porque nadie más que yo sabe lo que pasó entre los dos, y lo canalla que
fuiste. En esta etapa en que empezó
aparecer el malestar de la herida, y en que me afirmo, y me desafirmo también
aunque sea por segundos, te llamé para decirte, que tú fuiste mi única familia
en Santa Cruz cuando llegué aquí: Maricón, Cobarde y Alcahuete, por decirte
palabras suaves. Claro está que la carta
que te escribí hoy en el espacio de mi cuerpo-yo, no es grosera, contiene la
claridad de mis pensamientos punto por punto del sueño maravilloso que se
convirtió en una angustiante pesadilla, de la cual puede despertar y buscar el
equilibrio; y claro está también que la carta dependerá de las resoluciones de
tribunales. Por ahora, solo este
paréntesis en medio de ojalá una historia bonita de un nuevo amor.
Un amor de esos de fantasías,
platónicos como los tuve por montón en estos hermosos años de renacimiento
interior, de esos amores que me elevan el espíritu y que acontecen en mi
imaginario, y que por supuesto, tienen una repercusión en lo real de mis
circunstancias… (se fue mi chaqueta de
cuero, la acabo de vender; bien que se vaya mi pasado reciente, ya es parte de
las historias que se disolverán en el tiempo infinito de no sé qué…).
Un real en forma de semilla, que
anoche tomó un poco de agua, y se hinchó en un sueño renovador de un beso que espera ser
respondido, ojalá prontamente en otros brazos.