miércoles, 14 de abril de 2010

Nudos arremolinados que nos unen y desunen

Se fueron las viajeras Amelia y Rosy allende los Andes, suenan las campanas en su despedida matinal.

Se juntó el trío (con mi mamá incluída) y la observadora participante las escucha, observa, concluye e interviene nada neutralmente en esta dinámica de relaciones relativas a la maternidad, la hermandad, la hijidad, la nietidad y sobriniedad, un volumen de cosas que compone una parte de mi familia y procedencia, la cual intento registrar, plasmar y atesorar para mi vida, la de mi mamá, mi abuela, mi tía, mi hermana y mi sobrina Antonia; y sabe dios para quién más.

Mi abuela Amelia se levantó antes de las siete de la mañana a preparar los últimos detalles del viaje. Inconfundibles traqueteos para allá y para acá los sentía entre sueño, hasta que finalmente me levanté para seguir con las preguntas sobre hechos y datos de su vida pasada. -¿Con quién hablas mami?- preguntó mi tía Rosy que estaba en el segundo piso, recién despertando. –Con Vanessa- contestó mi abuela. Fue una mañana muy rica en conversaciones, después se integró mi mamá que no pudo seguir durmiendo y que le dijo a las viajeras que eran exageradas porque faltaban dos horas para irse.

Ante tanto alboroto y correcciones a la memoria de la abuela de parte de sus hijas que le alegaban que ellas también tenían memoria, y que sus recuerdos estaban equivocados, al menos en el número de hectáreas de Flor Chacay, intervine en un momento cuando mi tía y mi mamá se fueron un segundo para la cocina y dije: -¿cuántas hectáreas tenía entonces, abuelita, Flor Chacay?

Qué entretenido es hacer etnohistoria familiar!!!!!