miércoles, 30 de marzo de 2022

Violencia contra mi pequeña Antonia

El primero es el cumpleaños de mi papá, así que me fui donde la Carola, mi hermana que vive en Los Dominicos, ahí iba a estar mi papá, se había invitado solo porque no tenía panorama, y había tenido sus diferencias con la Mary, su pareja.  Tomé la micro 401 en los Héroes y me fui por la Alameda y sus continuaciones, era el comienzo de las cosas nuevas que empezaba a hacer en este 2011. 

En la casa de la Carola estaba la familia del Rodrigo, menos su cuñado, me abrieron la puerta mi sobrinita y mi hermana, nos dimos el abrazo de año nuevo, con la Antonia nos abrazamos y nos dimos vueltas y vueltas abrazadas.  Le comenté a la Carola que estábamos entrando al segundo decenio del tercer milenio.  Llegamos donde estaban todos, dije hola a todos, empecé a dar el abrazo por el lado de la Edith, di la vuelta y llegué a una silla que estaba ahí, donde había empezado a saludar.  Me acomodé, al frente y al lado mío estaba el Borjita siendo alimentado por mi hermana con un colado, y ahí me acordé de la noticia de los tóxicos que tenían algunos colados Nestlé, la Carola ya la había escuchado y había comprado la marca Gerber.  

No sé por qué me acordé de la canción La Lancha de Nicolás, se la tarareé un poco al Borjita.  La Carola se acordó también de la letra, y del rasgueo en guitarra “sí es así, taco punta, un dos tres”, le dije, “y las posturas son súper fáciles LA-RE-MI”.  Entre medio me dijo que se acordaba cuando tocaba la guitarra, mi guitarra Tizona, que ahora estaba en Buenos Aires en la casa de mi tía Rosy, que la había visto allá.  “Sí”, le dije, “es una de las cosas que he pensado, retomar una de las tantas cosas inconclusas que tengo en mi vida”. 

Pasó el rato, la Edith dijo que se iban como a las cinco y media.  En eso llegó mi papá.  También los saludó a todos, y ellos aprovecharon de irse.  Fui a buscar cositas para picar y nos quedamos los tres, más el Borjita.  Hablamos de los rollos de mi papi y la Mary, y de su pensión.  Después se instaló el Rodrigo con su blackberry, lo llamó su amigo invitado a la casa, lo fue a buscar.  Yo a esas alturas disfrutaba del pasto tendida en el patio.  La Antonia lo acompañó.  Al rato llegaron, se abrió el portón, y en eso me dice la Carola, “ya párate”  me paré en contra de mi voluntad, con toda la calma del mundo, ya la cosa había partido mal. Por qué tenía que pararme, estábamos en año nuevo, en ambiente familiar, aló.  Y por qué me lo decía en ese tono, qué delito estaba cometiendo, o planteado de otra manera, qué había que mostrar y ante quién, y por qué, qué había detrás de ese “ya párate”.  Algo sabía, porque ya los conocía, pero no quería tener que someterme a esas rigideces y clima frívolo de juegos de poder y apariencias. 

Nos sentamos todos alrededor de la mesa en el patio, la Carola puso unos quesos para picar, mi papá estaba en la otra esquina, al lado del Borjita, el Rodrigo y su amigo Nicolás, de quien me enteré sobre la marcha era director de la Escuela de Antropología de Concepción, seguramente por esto debía de tenerle o rendirle una atención especial, no sé, en todo caso esas cosas no van conmigo, por algún lado se manifiesta mi desacuerdo y malestar en situaciones como ésta.  Estaban sentados al otro costado de la mesa. 

La conversación en la mesa fue un diálogo entre el Rodrigo y su amigo, sobre temas académicos, donde intervenía, porque se esforzaba por integrarse, la Carola.  Y en tercer lugar, yo también me esforzaba por participar, aunque sea preguntando.  Pues en esta actitud le pregunté a Rodrigo de qué era su Fondecyt, ya que estaba hablando de eso, y además me interesaba saber qué iba a investigar.  Me contestó todo el rato mirando a su amigo, y en otras direcciones.  Entre algunos de los temas que me acuerdo, y que me pareció de mal gusto, fue el tema de platas, le preguntó a su amigo cuánto ganaba delante de todos, no era la primera vez que escuchaba al Rodrigo preguntando estas cosas.  Su amigo le contestó que un millón doscientos, yo creo que no alcanzó a reaccionar, porque yo en su lugar no contesto esa pregunta tan impertinente.  Rodrigo le manifestó que quería traerlo a hacer algunas clases al magíster de trabajo social que él coordina, Nicolás le dijo que no puede hacer clases en otras universidades porque su contrato no se lo permite. 

Ellos dos tomaban cerveza en lata Quilmes, mi papá tenía una también porque cuando llegó fue al refrigerador y se atendió solo; yo hice lo mismo cuando vi que no tenía cerveza, fui al refri, saqué la última lata que había y la repartí con mi papá, fue un ir y venir de copas en medio de la repartija, como era mucho para mi papá, me echó el conchito que quedó al vaso. 

Y así siguió la conversación, el precio de las clases que estaba ofreciendo el Rodrigo, era conversable.  Entre medio contó sus aspiraciones en la Escuela de Trabajo Social de la Católica y cuáles eran sus alineaciones internas de su conveniencia, que si salía tal podía ser subdirector.  También aproveché de preguntarle a Nicolás en qué había hecho su magíster, me contó que sobre los mistecos en Oaxaca, y cuando se pusieron hablar de un tal Chino y Luis Campos, dije, “yo lo conozco”, y ahí conté que había estudiado un año antropología en La Academia de Humanismo Cristiano, y que el Luis había sido mi profesor en Antropología General.  Entonces, cuando habló de Oaxaca me acordé que el Luis Campos anduvo por allá.  “Ah, le dicen Chino al Luis, yo conozco otro chino, el Chino Herrera que hacía clases de cultura mapuche en la Austral”, conté.   También lo conocía el Nicolás. 

Bueno después me fui de la tertulia alrededor de la mesa del patio, mi papá ya se había retirado, no había ningún tema que lo incluyera a él, así que se había ido a la pieza con su nieto/a.  Así que me fui para allá, me tendí un rato en la cama, y después me puse a explorar el celular nuevo que me regaló la Carola para la pascua.                          

La Antonita andaba merodeando por ahí y mi papi igual con el Borjita, mientras exploraba el celular en la terracita del patio de atrás.  “¿Tía?” me dice la Antonita, “¿Qué mi amor?”, le respondo.  No me acuerdo que más me dijo, mi papá también algo me dice, justo cuando estoy escuchando qué plan tenía en el chip nuevo del celular.  “Tengo el plan Pablo, mientras más hablo más barato”, le cuento. 

De repente ya muy cerca de las nueve de la noche se empiezan a mover los palillos para la once, le digo a la Carola que nosotros nos vamos a las nueve para alcanzar el metro tren de las diez.  Yo todavía no me sentaba en la mesa, la verdad porque no tenía hambre ni ganas de comer la torta que había porque lo dulce no me mata, y además ya no tenía tiempo para sentarme a tomar té caliente, entonces iba acompañar nada más en ese momento.  Le cantamos cumpleaños feliz a mi papá después que apagó las velas con la Antonia.  Yo tenía en brazo al Borjita, en un momento salí de ahí y fui para adentro.  La Carola se había ido a mudar al Borjita en ese mismo rato.  Volví y estaba la Antonia llorando, “¿qué te pasó Antonia?”, le pregunto.  En la mesa estaba sentado mi papá, el Rodrigo y su amigo.  Nos vamos para adentro las dos, no sé si la tomé en brazo ahí, o nos fuimos de la mano hasta llegar a la Pieza donde estaba la Carola.  Y ahí me dice con sollozos que le salían de su pechito, sollozos que le hacían doler el alma, “¡boté la torta!”, claro, cuando me había acercado a la mesa, había visto una porción de torta en el suelo, pero esperé a escuchar de su vocecita lo que había pasado.  

La Antonita, sentía un inmenso dolor por la culpa de haber botado la torta, un dolor injusto, por qué una niña de tres años tenía que sentirse así, me dolió su pena.  Por todos los medios intenté calmarla, obvio, no podía hacer otra cosa, nadie más estaba con ella en ese momento, estaba sola con su dolor.  Así que le dije, que eso no importaba, que a cualquiera se le podía caer la torta, que si se caía se podía recoger, que daba lo mismo.  En ese momento, la tenía en brazo y habíamos salido afuera de la pieza, a la terracita, conversando, cuando la Carola nos dice “ya córranse de aquí”.  Así que nos fuimos detrás de la casa por el pasillo a orillas de la cocina hasta llegar donde se estacionan los autos.  Y ahí seguimos conversando, ella parada en el suelo, yo acholloncada a su altura y como sosteniéndola.  Me desequilibré un poco yéndome contra la muralla granulada, me afirmé con el brazo, entonces la Antonita me preguntó si me había dolido el brazo, por los gránulos ásperos contra los que me apoyé.  Volví a tocar la pandereta con mis manos y le dije “no, mira”,  di varios toques mostrándole que no me dolía, porque realmente no me había dolido, el apoyo había sido amortiguado, y en un movimiento que no significó rasguñarme contra los gránulos ásperos.  Había sido un mecerse, un movimiento de equilibrio con las piernas, un vaivén. 

“Yo quería partir la torta”, me dice la Antonia, entremedio de sus suspiros.  Rápidamente se me ocurrió decirle que cuando sea un poco más grande, entonces ahí va poder partirla.  Con mucha humildad y resignación, me dice “cuando yo sea más grande voy a partir la torta, ya”. Entonces, decido compartir nuestra resolución con la concurrencia masculina adulta que empezaba la once.  Le digo a la Antonia, que vamos a ir para allá y vamos a decir que, no importa que se haya caído la torta, y que cuando esté más grande va a poder partirla.  “Ya”, me dijo moviendo su cabecita, la tomo de la mano, y nos acercamos lentamente donde estaban ellos: 

-“Con la Antonia estuvimos conversando y pensamos que no es importante que se haya caído la torta, porque eso tiene solución, se recoge.  Y después añadí que “la Antonia dice que cuando sea más grande va a poder partir la torta”.  Esas fueron las dos ideas centrales que manifesté en voz alta, a penas termino de hablar, viene la reacción del Rodrigo “me estás desautorizando”.  Tomo en brazo a la Antonia, me desplazo hasta verlo de frente mientras me doy el tiempo de escucharlo, dejo que diga todo lo que tenía que decir, respiro, y cuando argumenta que “¡yo soy el padre!” contesto en consecuencia y digo “¡y yo soy la tía!”  con toda la fuerza de mi pecho, sin sacarle la vista de encima.  Me dice otras cosas más, entre las que recuerdo “¡eres una rota!”, “¡y tú un arrogante!”, le digo, sin pestañar y tragándomelo con los ojos.  “¡Carajo!”- me dice, “ah, se te cayó la educación”, le respondo.  Se para de la mesa, y recuerdo que me senté nuevamente en mi esquina, antes de entrar por el ventanal del living, se detiene a mi lado, y me dice “quiero que sepas que te dejo entrar a mi casa porque eres familia de mi mujer” entre otras cosas que hoy no recuerdo.  Lo dejé hablar hasta el final, y cuando ya estaba adentro de la casa, le grito: “¡como antropólogo deberías saber lo que es la violencia simbólica!” queriendo decirle todo en esta sola frase, todo sobre la violencia que él había ejercido en mi presencia y lo que tenía registrado hasta el momento. 

Aquí la Carola entra en escena “tanto grito, hasta allá adentro se escucha”, dijo.  Y me pidió a la Antonia, se la pasé en sus brazos.  “Ya cállate” me dice cuando intento decir algo, “no me voy a callar” le contradigo.   Se va a sentar a la mesa con la Antonia en brazos, yo sigo sentada en mi esquina, al frente estaba el Nicolás, y a mi lado mi papá. Y aquí se me viene la confusión de qué fue primero o después.  Mi papá me dice “no hay que meterse Vanessa, yo no me meto”, algo así me comenta mi papá con su tradicional punto de vista.  Lo miro y lo escucho, y medio reflexionando, le digo “yo elijo participar, porque en la educación de los niños y niñas, interviene toda la familia, la abuelita y el abuelito, los tíos y tías”. 

Después que mi papá se para, ya para arreglarse para irnos, miro al Nicolás y le digo “disculpa”, movió la cabeza en signo de aceptación.  La conversación siguió con la Carola, le manifiesto que el Rodrigo de que la Antonia era chiquitita le decía “¡No!” con violencia.  La Carola me critica que yo también actúe con violencia, quizás no me lo dice tan explícitamente, pero ese es el mensaje que entiendo. Entonces le digo “mi relación con el Rodrigo no fluye, y nunca ha fluido”.  También me dice “ahora yo no te dejo que te metas” y me hace un gesto con la Antonia en brazos.  Por supuesto no le respondo, porque el tema no era con ella, y entendía perfectamente su reacción y postura.  Había que alinearse con el pater y esposo, otra comprensión de su parte era imposible de esperar, los modelos son fuertes y operan en consecuencia.  Y para confirmar la regla, la Carola protegió al Rodrigo diciendo que ella era la más dura con la Antonia. 

La hora ya se nos estaba pasando, le pregunto a mi hermana donde estaban mis zapatillas que se me habían quedado el otro día, subo a buscarlas, y bajo a despedirme. “Chao preciosa” le digo a la Antonia, y le doy dos besos, con una pausa entremedio, en su cabecita cerca de la frente.  Le doy otro beso a mi hermana, y antes ya le había dado otro a Nicolás, mandando saludos a Concepción y deseándole suerte a la Antropología por allá.  Mi papá unos segundos antes me había dicho “ya, vamos Vanessa”, “sí”, le respondí “voy a despedirme”.  Él se despidió después de mí.  Caminé hasta la puerta, después me siguió mi papá.  Caminamos a tomar la micro 401 hasta el metro.  Nos fuimos conversando de lo que había pasado.  Y vuelvo sobre el punto: esas no son formas de tratar a una niña, con tanto autoritarismo. 

Ya habían ocurridos varios acontecimientos, de esos que siempre pasan desapercibidos, normales o que simplemente nadie ve, o no quieren darse el trabajo de verlos y reconocer su existencia. 

Una vez cuando más chiquitita la Antonita golpeó con sus manos su cabeza, con sus dos puñitos se dio contra su frente, en un momento en que estaba sintiendo mucha impotencia porque algo estaba pasando con sus padres, yo estuve al lado de ella cuando nadie puso atención a este autocastigo de una niña de dos añitos.  Fue muy, pero muy triste verla en este acto de autoflagelación, más triste y frustrante fue no poder ayudarla a sacar ese sentimiento y evitar que se golpeara.  Se pegaba muy fuerte contra ella misma.  Me duele el corazón recordarlo ahora, e indignación con los/las adultos/as que se supone saben lo que hacen. 

Otra vez también teniendo dos añitos, quizás recién cumplidos, porque recién se estaba afirmando para caminar; el bruto de su padre la maltrató con un “¡No!” Muy violento.  Yo estaba sentada en un sillón y ellos dos estaban muy cerca de la puerta de la entrada principal.  Parece que la Antonita quería salir.  No pude decir nada ante su puchero de infinita pena, me tragué la mía por no poder hacer nada, ni si quiera abrazarla o consolarla, me dejé atrapar por ese manto invisible de poder masculino paterno omnipotente.   Mucho tiempo me demoré en reaccionar.  

Y algo que encontré raro y me hizo sentido después, fue una vez que la Antonia se puso delante de mí, como tapándome y distrayendo mis movimientos, yo estaba sentada con el Borjita en brazo y haciéndolo caminar, estaban los dos frente a mí, y como estaban parados comparábamos la estura del Borjita en relación a la Antonia.  La Antonia estaba media tiesa, la encontré rara, se abalanzaba contra mí, como distrayéndome, al frente de nosotros/as estaba su padre, por los costados el resto de la familia, mi mamá, la Fabi y la Carola.  Sólo después que nos fuimos, a los días me vino el flash, de que ella no estaba ahí, en ese presente mío, estaba ausente, su atención estaba en otro lado, su presente era la de distraerme, o hasta protegerme de algún castigo, reprobación de su pater. 

Con mi papá seguimos conversando de lo recién acontecido, nunca esperé recibir aprobación de su parte, me esforcé por mantener mi racionalidad y mi convicción sobre lo acontecido.  Lo más curioso o que me causó risa fue qué él se quejara también del Rodrigo, tenía sus descargos, había llegado sólo a la casa de mi hermana, y se fijó que el Rodrigo había ido a buscar en auto a su amigo al metro, y a él que estaba de cumpleaños, no lo pescó ni en bajada, tampoco le ofreció una cerveza.  Sobre el punto del maltrato a la Antonia, no se refirió mucho, nada de raro considerando que mi papá es parte sostenedora de sistemas de dominación y control, violencia al fin y al cabo.  Cuando bajábamos la escalera mecánica del metro Los Dominicos, le dije a mi papá: “se me olvidó decirle al Rodrigo que era un ¡arribista!”, “qué es eso”, me preguntó, “una persona que muestra algo que no es”, le dije.