Me visitaron muchos
animales. El primero fue un colibrí muy
chiquitito como del porte de la mitad de mi pulgar, lo veía volando entre unas
ramas medias secas que colgaban de mi ventana, seguramente había alguna flor,
movía sus alas muy rapidito, como todos los colibríes que he visto. Después de unos momentos se fue, me dieron
ganas de tocarlo, pude ver su abdomen pequeñito cubierto por un plumaje casi
aterciopelado.
Después vi un conejo que andaba
medio arrastrándose por el borde del techo, o un techo cualquiera, por ahí por
donde van las canaletas del agua.
Llevaba las orejas hacia atrás, era gris claro, podía ver su expresión,
su cara. Lo seguían dos gatos, también
grises, con blanco uno, trataban de atraparlo; el gato que iba adelante, el
gris, estiraba su manito que casi llegaba a tocarlo.
Después, un leopardo, pudo haber
sido un jaguar también, o un gato pardo, quería subir a las ramas del árbol
donde estaba encaramada. El árbol tenía
muchas ramas gruesas o entroncadas y atroncadas que nacían de la raíz, o sea su
tronco consistía en una rama de tronquillos muy parecido a los dos árboles de
albaricoques que estuvieron muy cerca de mí en Imperial y en mi población. La rama de este albaricoque se balanceaba con
mi peso, pero estaba lo suficientemente alta para librarme de los intentos del
leopardo por subir. De arriba lo veía
dando vueltas, acechándome desde abajo.
La base del tronco estaba media quemada, el suelo húmedo, podía haber
sido perfectamente un lugar sureño, al otro lado, medio como detrás de mí y a
la derecha, estaba Pelayo que le contaba a mi mamá parece que habían cocodrilos
muy grandes que salían de ahí, de ese lugar, algo así como cuando se inundaba,
que sería en algún momento del día, o en un ciclo de tiempo más largo.
En mi segunda visita a San
Bernardo, mi cerro ya estaba reverdecido y la diferencia de ambiente con el
centro de la ciudad, se me hizo por segunda vez notoria. Realmente San Bernardo es una República
Independiente.
Un animal muy importante se me olvidaba, desde el valle central podía ver la sombra de un
cóndor que caminaba por una de las cumbres más altas de la cordillera, en realidad no era su sombra, era su cuerpo que se veía negro desde la distancia, pero su contorno estaba muy definido; como iba caminando sus alas estaban guardadas.