Desde que tuve las crisis, he experimentado la
sensación de un corte entre que me despierto y la incorporación a la vida
cotidiana. Claro que en el último tiempo ha sido menos duradero, he logrado olvidar
su efecto en el transcurso del día. Sin
embargo, no dejan de preocuparme porque cuando las sufro pareciera que he
estado toda la vida en ese sin sentido silencioso que perturba el comienzo de
un nuevo día.
En un principio me paralizaba, al extremo de querer
volver a dormir para no despertar a ese sentimiento de angustia
existencial. Poblaban mi mente ideas de
indefensión ante la vida, se me hacía patente un sentimiento de incompletud que
me insegurizaba e inseguriza ante el mundo social. Me daba mucho miedo, ahora me da un poco
menos mi futuro y mi presente. Amanezco
con la sensación de estar en el mismo lugar de ayer, de hoy y de mañana. Mis
deseos son avanzar en la vida, pasar etapas y realizar mis sueños, pero hay
algo que me lleva a los tropiezos, y el primer tropiezo es éste, al
despertar.
Después de tomar desayuno y hacer mis ejercicios,
se me pasa, pero al otro día vuelve este corte abismal e inverbalizable. Ahora estoy recordando algunos grandes
momentos de mi niñez, tal vez se me vuelvan a repetir esos momentos de soledad
en la que me encontré muchas veces cuando despertaba y mi mamá o papá no
estaban, porque habían ido a trabajar.
No había hecho esta asociación hasta ahora que escribo este texto para
mostrárselo a Ud. Karla Verdejo[1]. Pero sí, son muy parecidas las situaciones.
Ambas ocurren al despertar, y es el mismo sentimiento paralizante de estar en
una nada, o sea, sin la comunicación con los otros/as.
Recuerdo una vez que desperté y vomité, tendría
tres o cuatro años, y los vecinos, con quienes me dejaban encargada mis padres,
no me iban a buscar todavía en la mañana, y no pude pedir ayuda o gritar para
que me fueran a ver, entonces se me endureció el vómito alrededor de mi
boca. Fue mi primera experiencia, que
recuerde, donde me sentí paralizada y no atiné ni a hablar, ni a moverme de mi
posición tiesa y horizontal en la que me encontraba en mi cuna.
Qué horrible sensación aquélla. Un mundo de emociones y necesidades internas
sin poder externalizarlas en y a través de mi cuerpo. Creo que en ese ahí, en ese espacio tiempo y
lugar se fraguaron varias predisposiciones mías hacia mi apertura al
mundo. Si bien he sido muy sociable y
entregada con muchas causas políticas, sociales, culturales y emocionales, hay
un temor en mí que quizás tenga sus orígenes en los primeros bríos de mi
existencia. Bueno, creo que para todo el
mundo debe ser así, sólo que mi causa es única y particular, en este momento,
porque no estoy conectada más que conmigo misma, mis diálogos y conversaciones principales,
ocurren en mi fuero interno. Creo que usted tiene razón cuando me dice que
necesito confrontar mis ideas y pensamientos con otros/as, cuando se refiere a
la elaboración de mi tesis.
Finalmente me queda la sensación de que estoy
trabajando para mi mejoría de estas enfermedades del alma, o mentales, según
quien las defina. Estoy desmontando mis
traumas, viéndolos, analizándolos, y ahora con un poco menos de confusión que
antes, menos desesperación y más calma.
Aunque tengo la prisa de cerrar un capítulo que no he podido cerrar, y
que se hace patente como un verdugo cada mañana al despertar, se llama tesis, y
me pesa no haberla realizado en su tiempo, quizás ahora estoy en un nuevo
tiempo, una nueva oportunidad para pasar a otro estadio de este flujo que es la
vida humana, y que significa crecer.
4 de agosto del 2008