martes, 6 de septiembre de 2011

Quiero ser la maestra de mi vida


Sacando y sacando afuera, hasta alivianarme, aquietarme, ser una con la plenitud.


A ratos vuelvo a tropezar, a tropezarme; incluso en mis pataleos paralelos de espalda en el agua, tropiezo con mis tobillos, una o dos veces me pasó, ahora, en estos últimos días.

Cada tropiezo me vuelve a enseñar cosas nuevas de mis mismos errores, mejor dicho de mis mismos impulsos tantas veces evidenciados como “manitos de hacha”, apelativo que escuchaba dirigido hacia mi persona con muy pocos años de vida. Hoy ya no lo acepto, no me lo creo, se acabó. Nunca fui manitos de hacha.

Fui una niña que aterrizó en el “amor” de una pareja heterosexual que me concibió en diciembre de 1973, dos meses después del Golpe de Estado (sirven las matemáticas) y que por sus primeros años de vida pasó por oscuridades, vacíos, silencios, silenciamientos, dolores de guata y náuseas; comprendo ahora que estos eventos eran parte del todo, del contexto político y social que me rodeaba; y cultural, arrastrado de la colonización y mantenido también por la misma colonización que hoy impera en estos territorios.

Santiago, San Bernardo, fines de los ’70; luz y sombra. ¿Cuándo iría a ser grande para mandarme sola como me decían mis padres? ¿Cuándo sería y dónde estaba ese momento de un futuro apenas imaginado?

¡Ay mis padres! Mis dioses amados y odiados, también temidos. ¿Ahora quiénes son? o ¿quiénes fueron? ¿Quién soy yo para ellos?

Son más conocidas y familiares mis abuelas, son mis iguales, puedo conversar con ellas libremente cuando estamos solas, no son como ellos, con cascarones y sus focos fuera de foco; los experimento como personas pequeñas, no inferiores en sí mismas, pero muy enfermantemente chilenizados, les conozco lados mejores, pero se quedan en el aseguramiento de ser de acuerdo a un canon, ridículo, pero al que le han encontrado utilidad o se han sentido a salvo en él (difícil estar a salvo en una prisión).

Ahora yo soy la grande niña que llegó a su futuro de adulta a traerles cantos de libertad, retos de justicia y nuevos amaneceres.No quiero castigarlos, ya bastante tienen con su forma de ser, sólo quiero que saquen su voz verdadera, necesito escucharlos de verdad y no sus voces moldeadas, atrapadas por su “súper yo” huevón, más el de mi mamá cuyo modelo femenino con el que ha estado operando me cae como patá en la guata, y por ende, por encontrarse más directamente relacionada conmigo por la condición de mujer, me afecta más, o es evidentemente diferenciado de cómo me llega el modelo de mi papá, que por supuesto tampoco comparto.

Tendré que verlos crecer ahora yo ¿es que nunca fueron grandes? Si ha de ser así que sea; me importa que crezcan, los necesito como iguales no como los padres que fueron. Ahora son una cosa rara.

Ahora cada una/o de nosotras/os puede ser maestra/o de sí mima/o.

La simbiosis anterior cambió; no significa anularla o suprimirla, imposible porque es la génesis de esta nueva constelación, que, como el árbol contiene a la semilla que le dio su origen.Somos un árbol de cinco ramas, ellos dos, yo y mis hermanas.

Como las cinco nubes copito que viajaban hacia el norte por el oeste a la altura de sol del atardecer y sobre las lomas sensuales de mi animal sagrado gigante que reposa y reposa cerca de mí.


Por Vanessa Naranjo Inostroza