martes, 25 de diciembre de 2012

Soñé con el Rana


Al instante después de echar a la olla el plato de garbanzos recién servidos porque parece que no los había revuelto cuando le eché la sal gruesa de mar, se me posó la imagen del Rana, uno de los vecinos “volaos” de la esquina de Yungay; y me acordé que anoche soñé con él, que pasaba por Yungay bien de noche, quizás de madrugada, y lo veía a él, con más gente afuera de su casa, y me veía, y cruzaba la calle, sentí un poco de temor, estaba como una de las últimas veces que lo vi, no hace mucho, ya no tenía su pelo largo como en los tiempos de juventud, en los ochenta, llevaba puesto un gorro oscuro, veía claramente su cara y sus ojos de mirada profunda, de esas miradas que ven el alma y se dejan ver también.  Algo me dijo, o me preguntó, tuve la misma actitud de respeto que me caracterizó y que aún más me caracteriza ahora de adulta frente a personas de las cuales la sociedad de “bien” me alejó y me separó.  Seguí caminando hasta la esquina de América después que sentí que el Rana me dejaba pasar. 

Ahora en la vigilia, y reflexionando sobre la vida, la vida de las personas que fueron mis vecinos marginados y la mía, y recordando un texto trabajado en Con-spirando en el taller de liderazgo y memoria, me pregunto cuál será el nombre del Rana.

Llamé a la Rosa y tampoco sabía su nombre, me contó que el Rana había estado muy mal por su cáncer terminal hace poco, y que se mantenía por la pura droga.  Qué angustia me dio, qué impotencia me dan todas las injusticias, qué poca cosa me siento a veces.  



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