Cada día como hoy, o mejor, cada
día como hoy de antes, vuelvo a despertar en la maravillosa luz que me inunda
del exterior de mi casa, y frente al verde claro del árbol que tapa toda la
ventana de mi dulce y blando nuevo hogar de siempre. Son rayos de sol que sostienen mi mañana y me
mecen entre todos sus coloides antes de impulsarme hacia la alegre y ruidosa vida cotidiana de este domingo en
este pueblo nuevo que ya no lo es tanto para mí. Poco a poco estoy sintiéndome menos ajena
fuera de mi casa, y dentro, sólo en ocasiones me siento expulsada por el vacío
de la presencia que no está.
Claros y oscuros, el oscuro más
oscuro y frío es el que viene de mi otro yo, el otro que no soy yo, que no sé
si elegí, no lo tengo claro, quizás de ahí venga la claridad del día que me
sostiene, en respuesta a una oscuridad extraña, no elegida, al menos
conscientemente. ¿Cómo cortar por lo
sano? ¿o arrancar de raíz los clavos antes que se oxiden? Cada vez tengo la impresión
de acercarme más a un estado de resolución
o al estado de plenitud y paz, en que todo está bien porque los traumas
se fueron para no volver. Cada vez más
tengo la sensación e intuición de que tengo mi vida en mis manos, y sólo yo la
tengo; y que fluiré en amor, y que hasta podré tener la oportunidad de amar y
ser amada en igualdad. Y que ya los resabios de vidas pasadas se
están extinguiendo, como exigimos que se erradique la violencia contra las
mujeres.
Así como te saludé invierno,
también me despido para darte una nueva bienvenida y despedirte satisfecha por
mi labor realizada.
14 de julio de 2013
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