miércoles, 23 de marzo de 2022

Recordando dos sueños con Amelia

Las historias de mi abuela susurrándome al oído, cercanas y lejanas, como un silbido de viento en un plano distinto al de los personajes de la escena, aparecen con la fuerza invisible de las voces ancestrales hablando a través de ella. 

La voz de mi abuela, entre muchas de sus voces hablando entre la sospecha y la razón lógica de sus descendientes, anestesiados y obnubilados por la corriente mayoritaria del progreso y educación winka, se escucha todavía. Hablando entre visiones unilaterales, ridiculizantes y modernas, es una voz que no se quiere escuchar, pero se escucha igual al interior de las consciencias de cada quien. 

Hasta antes de irme al sur, la abuela que estuvo más cerca fue mi abuelita Lucy, mamá de mi papá.  Mi abuela Amelia era lejana, estaba allá en el Sur.  La recuerdo con su ropa oscura, su pelo negro y sus lentes con marcos café oscuro y anchos.  

Hay dos sueños que recuerdo donde estuvo mi abuela Amelia.  Uno de ellos fue cuando vivía en Nueva Imperial.  Soñé que se moría y que su cuerpo estaba enterrado casi en la superficie de un terreno plano como pradera lleno de pasto y con plantaciones de pino sólo a un costado a la entrada del campo de Nohualhue.  Hablábamos, ella acostada debajo de una capa muy delgada de tierra y yo arriba. 

El segundo sueño fue ya en los ’90, en plena época de descolonización ideológica con el Grupo de Apoyo al Pueblo Mapuche.  Soñé que un remolino me envolvía y que me subía arriba de un sauce llorón.  Mi abuela estaba por ahí, y de repente no dábamos un beso en la boca.  Este acto, mi racionalidad en vigilia lo entendió como un traspaso de poder. 

14 de mayo del 2010

 

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