lunes, 14 de marzo de 2022

Confesión inconfesa

Se me agolpan muchas imágenes en mi memoria de mujeres a las que acompañé en sus abortos, entre esas imágenes de mi pasado, también recuerdo mi propio aborto, aunque no me despierta la reflexión que a continuación desarrollaré.  

De esas experiencias en esta cultura del silencio y la ilegalidad en que nos vemos envueltas las mujeres, hay una que me gustaría rescatar para darle una sanadora visibilidad. 

Era 1997, mi último año de universidad en Valdivia, mi hermana Carola estaba en Santiago cursando su cuarto medio, recuerdo que en un momento le ofrecí mi ayuda para cuando la necesitara y que no dudara en llamarme, si alguna vez requería de esas ayudas que sólo se prestan en contextos de complicidad, me refería a la posibilidad del aborto frente a un embarazo inesperado. 

Es curioso, mientras recreo este pasaje descubro que la opción del aborto, así planteado, pudo haber sido una profecía autocumplida, quién sabe.  Pero, en fin, este tema lo guardo para conversarlo con mi hermana.  No es algo que pueda resolverlo yo sola, porque es muy probable que las culpas estén actuando en mis ideas al respecto. 

Precisamente, son estas culpas conscientes o no, las que nos generan nuestros actos en contextos de ilegalidad, que además están signados por otros contenidos contingentes a la práctica del aborto en Chile. 

No son culpas por el aborto en sí mismo, sino que son culpas que nacen de los correlatos de la práctica.  En este sentido me veo en la situación de tener que revelar un hecho que me ha causado una secreta vergüenza y una gran culpa, que es haber tenido que conseguir la prostaglandina a menor precio para recortar algo de dinero para mi persona, y he pensado que este acto fue causante de que mi hermana no haya podido abortar en esta primera instancia, por alguna falencia en este medicamento conseguido a precio rebajado. 

26 de marzo de 2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario